miércoles, 18 de febrero de 2015

Supe que era cierto cuando, al atravesar aquellas montañas entramos en Galicia, no había duda, estaba en la tierra de los celtas. Quizá la clave sea ser receptivo, abrir los ojos y sentir lo aparentemente imperceptible, que en realidad descansa sobre una base material, tangible, concreta.

Un gran amigo que me empujó a volver a escribir se encontraba entonces en Madrid, ese Madrid de los Austrias; pero también ese Madrid goyesco; incluso un Madrid rebelde; con combates en la Ciudad Universitaria, cerca del Puente de los franceses. Como decían aquellos versos: Y fue mentira, mentira convertida en verdad triste, que se paseó por un Madrid que ya no existe. La nostalgia en ocasiones alimenta la esperanza, pero a menudo nos envuelve en su tristeza.



Ya en Murcia caminando por sus calles, tuve nuevamente esa sensación. Calle Platería, calle Trapería… la confitería de la Familia Ruiz Funes, donde creció aquel muchacho, Mariano, que tras escribir aquel libro Derecho Consuetudinario y Economía Popular en la Provincia de Murcia llegó a ser Decano de la Facultad de Derecho, y luego Ministro de Agricultura, pero las circunstancias terribles le hicieron abandonar su amada tierra y morir en la lejana tierra de los aztecas. Un penalista olvidado y denostado, que merece ser recuperado, y al que le debemos un homenaje permanente, en forma de Hemiciclo o Salón de Grados con su nombre.

El Alcázar Menor, hoy Convento de las Claras me hace escuchar la voz sabia y tranquila del poeta sufí Ibn Arabí diciendo: Mi corazón puede adoptar todas las formas. Es pasto para las gacelas. Y monasterio para monjes cristianos y templo para ídolos, y la Kaaba del peregrino, y las Tablas de la Torá y el Libro del Corán. Yo sigo la religión del amor. (…) Qué razón tenía el maestro, y como se echan de menos, ahora y entonces, los sentimientos nobles, lejos de interpretaciones rigoristas; amor divino, amor al ser humano, a una princesa bereber… El Cristo de Monteagudo (nuestro Cristo del Corcovado particular) no consigue ocultar el Castillo Almohade. La Plaza Sardoy donde se ubicó la judería pone la guinda al conjunto de iglesias, mezquitas y sinagogas.
San Esteban
Pero no me detengo, porque mis amigos vienen de San Esteban, y me hablan del vergonzoso estado del yacimiento del arrabal del S.XII. Olvidan que nunca llueve sobre mojado, y que los baños árabes fueron destruidos para hacer la Gran Vía. Ecos del pasado. Reminiscencias de la memoria, ignorada y denostada por las instituciones, presente, viva y latente para nosotros. Bajo la Iglesia de San Juan descansa el Alcázar Mayor del Rey Ibn Mardanis, el Rey Lobo, y en su mezquita todavía relucen las dovelas policromadas. La Mezquita Aljama se erige majestuosa en forma de Catedral, ya que los cimientos en que se sustenta el nuevo templo cristiano lo proyectan a lo más alto de nuestros cielos. 

Esa ciudad que le robó el corazón a Alfonso X, del licenciado Cascales, de Salzillo y del Cardenal Belluga, del Conde de Floridablanca y de Salzillo. Hasta el propio Claustro de la Merced, actual Universidad, fue un hospital durante la guerra civil.
Todavía se respira el aire de las brigadas internacionales, de la Brigada Lincoln. Volviendo de casa del amigo que mencionaba al inicio, se oye a un alumno de Erasmus cantar por la calle Bella Ciao, y es que la historia, está viva.


                                                                                    Por Pinzolete






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