Recuerden,
recuerden, el cinco de noviembre. Conspiración, pólvora y traición. No veo la
demora y siempre es la hora, de evocarla sin dilación.
V
de Vendetta, 2006.
Hace
algo más de dos meses, el 2 de febrero, un sector de las oficinas del Parlamento Europeo era desalojado por un aviso –que afortunadamente quedó en
nada– de bomba. Esta situación, por desgracia, no es nueva, sino que ya han
sido muchos los incidentes de este tipo, y no solo en nuestra época, sino
también en el pasado. Lo curiosa que es la Historia, ¿verdad?
Este complot fue engendrado por un reducido grupo de católicos, hartos de la brutal política que se hacía en su contra. Pero para entender este suceso, tendremos que remontarnos, flashback mediante, un par de años atrás. Jacobo ya era Rey de Escocia y Señor de las Islas cuando, el 27 de marzo de 1603, moría Isabel I, Reina de Inglaterra. Jacobo era hijo de María Estuardo, aquella monarca de Escocia de quien Isabel tenía tantos recelos por si le arrebataba su apreciado trono inglés (eran primas) y que acabó muriendo en una de sus prisiones. Sería Jacobo el sucesor de Isabel, con el nombre de Jacobo I. Bajo el reinado de Isabel I, los católicos habían visto su religión muy menguada. Ahora el protestantismo lo era todo y el catolicismo no era bien visto entre la sociedad inglesa. |
La
sociedad católica, todo sea dicho, se alegró de la muerte de Isabel I. Veían a
Jacobo como una especie de mesías, tolerante y abierto al diálogo.
Discursos de Jacobo I como “jamás permitiré que pese sobre mi conciencia que la
sangre de cualquier hombre sea derramada por diferencias creencias religiosas”
penetraban las almas católicas. El rey prometía tolerancia y su matrimonio con
Ana de Dinamarca, devota cristiana, ayudaba. Parecía, por tanto, que las leyes
anticatólicas que protagonizó Isabel I iban a suavizarse. Pero, este Jacobo,
que podía ser otras cosas, pero no estúpido, como buen protestante, que lo era,
también decía lo siguiente: “lamentaría que los católicos se multiplicaran
tanto como para poder practicar sus viejos principios por encima de los
nuestros”. Una de cal y otra de arena para los católicos que, en cualquier
caso, seguían esperanzados. El padre Henry Garnet, jefe jesuita en
Inglaterra, dijo tras el nombramiento de Jacobo I lo siguiente: “Nos toca una
época dorada de inesperada libertad, con grandes esperanzas de lograr
tolerancia”. Ilusos que eran.
Los
católicos, pacientes para otras cosas, se desesperaron ante la falta de acción
regia en la cuestión religiosa, produciéndose algunas conspiraciones contra
el rey, llamadas con el original nombre de Traición Secundaria y Traición
Principal, que buscaban incluso el regicidio. Estas conspiraciones, que no
fructificaron, tuvieron que afectar en cierto modo a Jacobo, que, en febrero de
1604, en el Parlamento, pronunciaría su rechazo final hacia la religión
católica, a la que calificó como “supersticiosa”. Asimismo, días después una
proclama ordenó que cada uno de los jesuitas -¡malditos ingleses, otra cosa
en la que se nos adelantaron!- y sacerdotes debían abandonar Inglaterra.
El
panorama católico era complicado, no hay duda. Pero ante la acción, reacción. O
eso tuvo que pensar un variopinto grupo de hombres dispuestos a luchar por su
fe. En este grupo habría un tipo que muchos conoceréis: Guy Fawkes.
Fawkes,
junto con Robert Catesby, verdadero líder de la banda, idearía todo un plan
para atentar contra el monarca en pleno Westminster.
Mientras el plan era engendrado, sacerdotes morían ejecutados en las calles
londinenses y los católicos vivían más coartados.
Grabado que representa a los principales conspiradores |
El grupo alquilaría una habitación en el
sótano del Westminster, algo normal por aquellas fechas, pues
allí se localizaban empresas, apartamentos, almacenes, etc. En esta habitación
se fue acumulando paulatinamente pólvora, que previamente había sido guardada
en la casa de Catesby, hasta llegar a un total de 36 barriles. No
tuvieron que esforzarse mucho en idear el plan, ya que era sumamente sencillo:
explosionar la pólvora contenida en la habitación del Westminster el día de la
inauguración del Parlamento, el 5 de noviembre de 1605. Con la
explosión se pretendía que muriesen Jacobo y sus dos hijos. Con ello, debería
llegar al trono su hija María, menor de edad, por lo que una regencia
gobernaría de facto. Y en esa regencia entraba un señor, el conde
de Northumberland, que simpatizaba con los “rebeldes”.
No obstante, el plan se desmontaría por
una carta: la carta Monteagle. William Parker, barón de
Monteagle, recibió el 26 de septiembre, diez días antes del atentado, una
misiva anónima en la que se le advertía que no acudiera la Parlamento pues
“sufriría un terrible golpe”. Algún conspirador polvoriense, con la buena fe de
salvar a su amigo, echaría por tierra el plan.
Esta
carta llegaría a Robert Cecil, conde de Salisbury y consejo, quien
sugeriría al Consejo del Rey que el 4 de noviembre inspeccionara los sótanos
del Westminster. Mucho se ha debatido sobre la figura de este hombre, llegando
a decir que la conspiración de la pólvora fue incluso orquestada por él para
dar un golpe definitivo a los católicos en Inglaterra. Sea como fuere, cuál
sería la sorpresa de los guardias cuando encontraron a un tipo con bigote,
sombrero y capa escapando, tal y como había dicho Cecil. Este tipo era Guy
Fawkes y sería detenido junto a los 36 barriles de pólvora. El rey tuvo
que aplazar la inauguración hasta el 9 de noviembre. El resto de conspiradores
huyeron tan rápido como pudieron de Londres, pero Fawkes –que no reveló su
identidad en un primer momento– no los delató, por lo menos hasta que fue
sometido a torturas. Finalmente, el resto de conspiradores fueron atrapados,
si bien algunos murieron por tiroteo en el momento de ser descubiertos.
Momento en el que Fawkes es atrapado por
las autoridades
Todos ellos, tras ser torturados, fueron
condenados a la horca por alta traición, muriendo frente al edificio que habían
intentado demoler. Aquí os dejamos una descripción más gráfica de la
ejecución:
Colgándoles
del cuello sin dejarles morir, seccionándoles los genitales, echándolos al fuego
ante sus propios ojos y, hallándose aún vivos, destripándoles y arrancándoles
el corazón antes de decapitarles y despedazarles. Luego se expondrían ante el
público las cabezas clavadas en picas y serían arrojados los restantes trozos a
los pájaros para su alimento.
Este
acontecimiento ha quedado en la retina y memoria de los ingleses. Desde ese
día, todos los 4 de noviembre se revisan los almacenes de las Casas del
Parlamento, con los trajes típicos de principios del siglo XVII. Del mismo
modo, cada 5 de noviembre se celebra la Noche de Guy Fawkes, donde se
queman muñecos que lo representan, hay pirotecnia y los niños piden dinero para
petardos. Lo típico de los británicos.
Demolición del Westminster en la película V de Vendetta, con la Obetura 1812 de Tchaikovsky de fondo.
Más
popular, a nivel internacional, se hizo este episodio de la historia británica
tras el estreno, en 2006, de la película V
de Vendetta, procedente a su vez de una novela gráfica de Alan Moore. En ella, un
personaje ataviado con la máscara de Fawkes se enfrentará, sin importar los
medios que utilice, a un estado totalitario para recuperar la libertad de su
pueblo.
¿Quieres saber más?
ALPERT,
MICHAEL (2005): “La Conspiración de la Pólvora (5 de noviembre de 1605)”, Historia
16, 355, 40-53
ELLIOTT,
JOHN (2002): “Paz y Guerra con Inglaterra. 1554-1655”, Reales Sitios:
Revista del Patrimonio Nacional, 152, 2-17.
GONZÁLEZ,
MARIANO (2006): “Los católicos, acorralados en Inglaterra”. La aventura de
la Historia, 87. 68-73.
Samuel
Pérez Miras
Universidad
de Murcia
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