El turbulento clima político que se respiraba durante los
primeros compases del Quinientos hizo que pronto se produjera
un vertiginoso proceso de militarización en media Europa, además
de la necesidad de que se estableciera un ejército permanente en aquellas zonas
proclives a convertirse en ríos de sangre.
Será entonces cuando se originen unidades militares como los
tercios hispanos, que constituirían una unidad militar, al servicio del Rey Católico,
sin igual dentro del contexto político-militar europeo de los siglos XVI y
XVII. En este artículo hablaremos del reclutamiento, composición social y emolumentos de los integrantes de estas fuerzas.
Instaurados de forma oficial por Carlos I en 1534 -aunque ya existía una organización militar impuesta por Fernández de Córdoba (El Gran Capitán) que serviría de base- es
posible que al hablar de los tercios os venga a la mente la imagen de un Aragorn maloliente, con bigote y mal vestido -y aun así sumamente atractivo-. No es preocupéis, no es vuestra culpa: estáis en la cabeza de nuestro paisano Pérez-Reverte.
Durante décadas los tercios españoles fueron una de las tropas europeas más preparadas del Viejo Continente, infundiendo temor allá por donde pasaban, cuales espectros de Juego de Tronos. Esto último, que se conoció como la «Furia Española», quizás haya sido algo exagerado por la historiografía de la leyenda negra española. En cualquier caso, lo cierto es que tuvieron una gran fama y aun hoy en día son considerados como una de las unidades militares más eficaces de su época. De hecho, en Internet hay todo un hervidero de raros debates sobre si los tercios eran más fuertes que unos u otros, llegando a calificándolos en ocasiones como el mejor ejército de la Historia.
Fragmento de Alatriste (2006) |
Sin querer entrar en estos debates tan sumamente anacrónicos hechos por gente rara aficionada al Total War -entre la que me incluyo-, a grandes rasgos los tercios estaban -en la vertiente militar- formados por tres unidades principales: piqueros, arcabuceros y rodeleros. Dentro de cada una de estas "clases" habría toda una jerarquía (cabo, sargento, alférez, etc.). Paralelamente a ellos, existirían unos cargos administrativos que controlaban y organizaban todo el ejército y servían de intermediarios con la Corona.
Mosquetero, piquero y arcabucero |
En primer lugar, para que exista un ejército, lo más
obvio es que haya hombres que lo integren. Para ello, en la mayoría de países se
realizaban las levas –parecido a la llegada de la misiva que hoy en día te concede el honor de formar parte
de una mesa electoral–. Estas levas, como se puede deducir, eran
obligatorias, lo que no quita que no hubiera quien se librara a través de una
generosa inyección de cash al
Capitán-Seleccionador de turno.
Sin embargo, en España, curiosamente, el proceso de
reclutamiento se realizaba de forma diferente, por lo menos en lo que a los
tercios se refiere. En el momento en el que el Rey, por decisión propia o
porque así se lo piden desde los distintos territorios de la Corona Hispánica,
estima necesario el acrecentamiento de sus tercios, escogía a una serie de
Capitanes, a quienes les daba prerrogativas «conducta» para la formación de un
grupo de militares, todo ello reflejado en un bonito documento conocido también
como «patente». Aquí, por ejemplo, podréis ver una Relación de Tercios.
En la patente solía venir explícito el número de hombres que debían conformar la tropa y la zona o territorio de la que tenían que proceder. A diferencia de otros procedimientos de reclutamiento, éste era voluntario, con excepción de aquellos presos o condenados que, a veces, podían conmutar sus penas por luchar frente al enemigo.
No hay duda de que los tercios fueron la desembocadura de todo un río de desechos sociales –huérfanos, ladrones, violadores, delincuentes en general– que veían en las tropas nuevas oportunidades de vida. Parte de estos acabarían formando, ya en el regimiento, las denominados «picas secas», que eran la infantería sin coraza, y los arcabuceros, formando «una especie de proletariado militar (…) especialmente inclinado al desorden»[1].
En la patente solía venir explícito el número de hombres que debían conformar la tropa y la zona o territorio de la que tenían que proceder. A diferencia de otros procedimientos de reclutamiento, éste era voluntario, con excepción de aquellos presos o condenados que, a veces, podían conmutar sus penas por luchar frente al enemigo.
No hay duda de que los tercios fueron la desembocadura de todo un río de desechos sociales –huérfanos, ladrones, violadores, delincuentes en general– que veían en las tropas nuevas oportunidades de vida. Parte de estos acabarían formando, ya en el regimiento, las denominados «picas secas», que eran la infantería sin coraza, y los arcabuceros, formando «una especie de proletariado militar (…) especialmente inclinado al desorden»[1].
Descansando las piernas tras combatir contra unos herejes |
Pero ojo, a la hora del reclutamiento, existían ciertas restricciones de parte del rey, aunque en la praxis estas casi nunca se cumplieran. Por ejemplo, los tullidos no podían alistarse. Tampoco se permitía, en la teoría, el ingreso a aquellos que no llegaran a 20 años, lo cual, además de ser una restricción torpe, era inútil, pues pocas veces se cumpliría. De hecho, en una leva realizada en Consell, entre 1667 y 1668, el 11,38% de sus componentes eran menores de 18 años [2]. En general, la composición social de una leva estaba formada por una mayoría que rondaba los 18-25 años, siendo pocos los que rondaban la treintena.
Y, ¿qué era lo que llevaba a las personas de la época a alistarse en lo que era, claramente, una autopista al infierno? Evidentemente, el tener un sueldo fijo ayudaba mucho, y más aun las esperanzas de saquear ciudades y compartir botines y, con ello, la posibilidad de una mejor vida: the American dream del Antiguo Régimen, dirían algunos.
Lo curioso es que era común que los soldados alistados fueran acompañados por su esposa e hijos, ya que no podían mantenerse de otra manera, más aún en épocas de crisis y carestía. Esto se convertiría en algo habitual, dándonos Geoffrey Parker una estadística demoledora: «la guarnición de 's Hertogenbosch [Países Bajos] contaba en 1603 con 5.519 personas, de las cuales sólo 3.000 eran soldados».
En cualquier caso, aun cuando conformaban la amplia mayoría, los tercios no estaban formados únicamente por los estratos sociales inferiores. También constituían parte del tercio personajes pertenecientes a familias nobiliarias, ricos comerciantes o gente letrada, como Cervantes, que veían en este ejército su oportunidad para conocer mundo o granjearse una fama. De hecho, muchos de estos personajes acomodados aceptaban introducirse en el ejército con la esperanza de ser destinados a Italia, ya que para ellos “representaba la buena vida con mujeres, vino, sueldos y botín”, lo que viene ocurriendo con los turistas ingleses y Magaluf en verano.
Y, ¿qué era lo que llevaba a las personas de la época a alistarse en lo que era, claramente, una autopista al infierno? Evidentemente, el tener un sueldo fijo ayudaba mucho, y más aun las esperanzas de saquear ciudades y compartir botines y, con ello, la posibilidad de una mejor vida: the American dream del Antiguo Régimen, dirían algunos.
Lo curioso es que era común que los soldados alistados fueran acompañados por su esposa e hijos, ya que no podían mantenerse de otra manera, más aún en épocas de crisis y carestía. Esto se convertiría en algo habitual, dándonos Geoffrey Parker una estadística demoledora: «la guarnición de 's Hertogenbosch [Países Bajos] contaba en 1603 con 5.519 personas, de las cuales sólo 3.000 eran soldados».
En cualquier caso, aun cuando conformaban la amplia mayoría, los tercios no estaban formados únicamente por los estratos sociales inferiores. También constituían parte del tercio personajes pertenecientes a familias nobiliarias, ricos comerciantes o gente letrada, como Cervantes, que veían en este ejército su oportunidad para conocer mundo o granjearse una fama. De hecho, muchos de estos personajes acomodados aceptaban introducirse en el ejército con la esperanza de ser destinados a Italia, ya que para ellos “representaba la buena vida con mujeres, vino, sueldos y botín”, lo que viene ocurriendo con los turistas ingleses y Magaluf en verano.
Respecto a lo que cobraban, para 1667 se establecieron unos salarios estándar, que iba desde las 116 libras al mes que cobraban los maestres de campo, hasta las 8 libras mensuales del tambor mayor. Otro salario a destacar será el del sargento mayor, con 65 libras al mes, y el de los ayudantes y alférez de maestre de campo, que percibían 20 libras al mes cada uno. Sin embargo, esta serie de salarios, en la mayoría de ocasiones, era entregado con retraso, lo que implicaba el desastre, porque aquí no se andaban con chiquitas, sino que se amotinaban, saqueaban y arrasaban con todo lo que pillaban, para luego, cuando recibían el dinero, cubrir sus primeras necesidades: apuestas, ropas finas, prostitutas... Una vez vacía la hucha, se reiniciaba el bucle y las trifulcas volvían a empezar.
El Camino Español, de Augusto Ferrer-Dalmau |
El desolador panorama y los continuos motines, junto a la escasez monetaria que la Monarquía, gracias en parte al despilfarro del más bien poco prudente Felipe II, hizo que las autoridades modificaran la forma de pago: ahora pagarían la mitad del
salario en especie –comida, alojamiento–, todo lo necesario para su
subsistencia, manteniéndose parte de la «disciplina, el orden y la eficacia
militar». En cualquier caso, el vigor y éxito de los tercios se produjo a la par del poderío del Imperio Español. Del mismo modo, los tercios no supieron -ni pudieron- adaptarse a la carrera armamentística que se había iniciado en otros países como Francia o Inglaterra, quedándose anclados en armas pesadas y lentas. Con todo, la batalla de Rocroi (1643) implicaría una batalla de proporciones fatídicas para los tercios, comenzando entonces su camino del fin, aunque no sería hasta la llegada de Fernando V cuando se produjera su disolución oficial (1704), implantándose ahora el modelo francés en el ejército.
Si os ha gustado este tema, otro día seguiremos hablando de otros aspectos cómo los episodios más importantes que los tercios protagonizaron y del «Camino Español», además de otros datos la mar de interesantes.
Si os ha gustado este tema, otro día seguiremos hablando de otros aspectos cómo los episodios más importantes que los tercios protagonizaron y del «Camino Español», además de otros datos la mar de interesantes.
BIBLIOGRAFÍA
- ESPINO LÓPEZ, A. (1998): "Los tercios catalanes durante el reinado de Carlos II". Brocar, nº 22, pp. 63-85.
- PARKER, G. (2006): El ejército de Flandes y el camino español. 1567-1696. Madrid: Alianza Editorial.
- WHITE, L. (1998): "Los tercios en España: el combate". Studia Histórica, Historia Moderna, nº 19, pp. 141-167.
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