En 1963, los acordes de Bob Dylan profetizaban que los “tiempos estaban cambiando” irremediablemente. Cambiaban para los ciudadanos del bloque occidental, defensores de la libertad de expresión y la economía de mercado al mismo tiempo que surgían los primeros aires de renovación en el entorno soviético: Polonia y Hungría en 1956, Checoslovaquia en 1968. Los años del movimiento hippie, la revolución sexual y el antibelicismo vieron como el mundo desdibujaba la esquizofrenia Washington-Moscú que había marcado las relaciones internacionales desde el año 1945. Se aproximaba el ocaso de la era del inmovilismo político en uno y otro bloque, el dogmatismo del socialismo real y la todopoderosa OTAN comenzaban replantearse e incluso a contestarse a ambos lados del telón de acero. El gélido invierno internacional daba irremediablemente paso a la primavera, donde florece la lucha por la autodeterminación política sentando las bases de la multipolaridad mundial.
El mayo francés y la primavera de Praga son los principales movimientos abanderados de la disidencia política interna en sus respectivos bloques y ambos deben ser entendidos como parte integrante de un mismo movimiento de protesta social que cristaliza en el año 1968, sacudiendo los cimientos del mundo conocido. Sin embargo, lo que queremos destacar en esta reflexión es que, a pesar de ser ambos síntomas de una misma pulsión internacional, albergan diferencias sustanciales uno con respecto a otro. Muy lejos de su semejanza, el 68 francés representa la fuerza, el romanticismo y a la vez la efervescencia del espíritu adolescente de rebeldía contra la mediocridad del sistema, mientras que el 68 checoslovaco es la versión truncada de la madurez de unas aspiraciones políticas en pos de la autodeterminación y del trazado de una vía de socialismo propio. Muchos historiadores hablan de las “revoluciones fallidas” del 68 pero en nuestro caso creemos conveniente puntualizar que si bien esta denominación puede ser válida para el mayo francés, la primavera de Praga merece el calificativo de “revolución truncada” en tanto que sus aspiraciones políticas son bombardeadas y amputadas desde Moscú, en nombre del monolítico y todopoderoso socialismo real.
El 68 parisino se erige como la explosión de la creatividad y la vitalidad juvenil que rechaza las estructuras sociales, morales y autoritarias de la generación paterna, es la conquista efervescente de las calles clamando al mismo tiempo por el antiimperialismo estadounidense y por las reivindicaciones obreras y estudiantiles propias. En las calles de parís todos se sentían discípulos de Mao y Trotsky, “judíos y alemanes”, en la más deslumbrante eclosión de la solidaridad internacional. Dolía Cuba, Vietnam, las restricciones paternas y el conformismo de la sociedad de consumo que adormecía las aspiraciones de cambio. ¿El fin de este movimiento?, la negociación con el gobierno de De Gaulle y su posterior neutralización: El modelo capitalista ha sido capaz de fagocitar la revolución y asimilarla dentro de las propias estructuras del sistema que se aspiraba a cambiar.
La historia de Praga es la materialización del final de un proceso político que viene gestándose desde finales de los años 50 y principios de los 60. A la muerte de Stalin (1953), el ascenso de Jrushchov, como secretario general de PCUS en 1956, marcaría un nuevo rumbo en la política internacional (deshielo) caracterizado por la posibilidad de llegar a una coexistencia pacífica entre ambos bloques. Indudablemente la desestalinización provoca en los países de la Europa centro-oriental un impulso de las aspiraciones de autonomía y liberalización con respecto a la URSS. Si se aboga por la distensión a nivel internacional, ¿sería posible al mismo tiempo, descongelar las relaciones entre el Kremlin y los gobiernos de cada una de las repúblicas soviéticas en pos de una mayor autonomía? Para algunos dirigentes era una aspiración lícita, mientras que para Moscú era malinterpretar la línea política diseñada para el exterior del bloque.
En el entorno comunista internacional acaba imponiéndose la tesis del Policentrismo abanderada por Togliatti, líder del partido comunista italiano: Ya no existe un único foco de irradiación del comunismo (Moscú), sino que poco a poco se imponen las llamadas “vías nacionales al socialismo” que se traducen en una mayor autonomía política en función de las particularidades nacionales, no sólo en los llamados países satélites, sino en los propios partidos comunistas europeos.
La tendencia policéntrica del bloque comunista tiene nombres propios: Yugoslavia, China en 1963, Cuba en 1958, pero también Polonia y Hungría en 1956, marcando el inicio de la línea argumental de Praga en 1968. En el ámbito de los países de la Europa centro-oriental existen dos elementos de tensión que ahora afloran en el ámbito político y que, toda vez que se conjugan, sirven para explicar en gran parte los fenómenos de disidencia en el bloque soviético: se trata por un lado de las desavenencias entre los viejos dirigentes estalinistas y una nueva corriente política que aboga por una mayor liberalización política y económica con respecto de Moscú. Por otro, el problema nacionalista, la reivindicación de la soberanía nacional de territorios que dentro del mundo comunista, reclaman desvincularse del protectorado soviético por considerarse con unas características y unas realidades propias. Las oleadas nacionalistas y liberalizadoras de Polonia y Hungría concluyen con la intervención soviética que adquiere más protagonismo en el caso húngaro con el fin de frenar la política aperturista y anti estalinista del gobierno liderado por el reformador Nagy.
La intervención de las tropas del Pacto de Varsovia en Budapest pudo haber supuesto la formulación práctica de la que luego sería la doctrina Brezhnev: la solidaridad socialista internacional debía prevalecer sobre los deseos nacionales. Es decir, el camino hacia autodeterminación de estas naciones, podía y debía ser obstaculizado en tanto que comprometiese el avance monolítico de la Unión Soviética en su conjunto bajo el amparo de los preceptos ortodoxos del socialismo real. A partir de éste momento, Praga se erige como el tercer y definitivo rebrote de autodeterminación política en la órbita de la Unión Soviética.
En 1968 el eslovaco abanderado de la línea reformista del PCCH, Alexander Dubcek asciende al gobierno checoslovaco encaminado a la creación de una nueva forma de socialismo liberalizador, más cerca del influjo occidental y democrático de lo que hasta ahora nunca había estado el mundo comunista: un socialismo de rostro humano. Se trataba de volver al concepto original del socialismo en libertad, lejos de las imposiciones del comunismo verticalista y burocrático de los estalinistas, que se había terminado convirtiendo en la misma opresión que quisieron combatir. Esta reformulación de los principios teóricos se tradujo a nivel práctico en la aplicación de un programa de reformas política que incluía aspectos como la abolición de la censura en la prensa y en la radio, el derecho a huelga y a viajar libremente al exterior. Dubcek permitió la participación en el gobierno de partidos no comunistas e inició el camino hacia la descentralización y la autonomía económica.
Llegados a este punto, las preguntas son obligadas ¿Existía una sincera voluntad de reformar un sistema comunista obsoleto para darle una renovada proyección o por el contrario se trataba de plantear el primer paso para la ruptura con Moscú? Algunos autores consideran que se trata de una crítica constructiva “de socialismo a socialismo”, considerando que una “purificación” del sistema (en el que realmente creen) les ayude a tener más proyección en el tiempo y en el espacio. Otros en cambio consideran el proyecto de Dubcek como la antesala a la llamada revolución de terciopelo, es decir, el camino democrático y mercantilista que emprenderán los países de Europa centro-oriental ante el ocaso de Moscú en las décadas siguientes.
Otra cuestión radica en analizar el papel que jugaron los líderes (Dubcek) en el proceso político de Praga: ¿se trata de individuos verdaderamente revolucionarios o simplemente oportunistas que buscan el ascenso de una nueva clase política sustitutiva de la vieja guardia estaliniana? A pesar de las consideraciones iniciales de la URSS, las investigaciones más recientes abogan por considerar al gobierno de Dubcek como catalizador de un espíritu de renovación latente, desde hacía mucho tiempo en Checoslovaquia, que demandaba abordar los problemas territoriales, sociales y políticos desde una perspectiva fundamentalmente nacional.
Nuestra postura es que Praga se planteaba un socialismo consecuente consigo mismo, que verdaderamente asegurara justicia, libertad, democracia y dignidad humana, aspirando a un socialismo auténtico, reformulado pero sin buscar su destrucción como sistema. Checoslovaquia, al igual que tantos otros, trataba de trabajar por una “unidad que se construya en la diversidad y originalidad de las experiencias particulares en la que no exista ni Estado ni partido guía”.
Las reformas de Dubcek fueron entendidas por el gobierno de Moscú como el primer paso para la defección de Checoslovaquia del sistema soviético. El miedo al “contagio” suscitó la preocupación y el rechazo entre los máximos dirigentes soviéticos que respondieron con toda una campaña de desprestigio mediático contra el gobierno checoslovaco. Rumanía y Yugoslavia apoyaron abiertamente las reformas de Dubcek, de forma que en el horizonte soviético amenazaba la posibilidad de un profundo cisma en el seno del bloque comunista, particularmente peligroso para el equilibrio internacional Este-Oeste, dada la posición estratégica del país.
La situación se radicalizó a raíz de las purgas antiestalinistas realizadas por el gobierno checoslovaco en el ejército, la policía y por supuesto en seno del Partido Comunista Checo (PCCH) para la eliminación de los simpatizantes soviéticos. Buscado o hallado accidentalmente, el conflicto con la URSS ya estaba sobre la mesa en el momento en que, entre junio y julio de 1968, los dirigentes soviéticos presionaron al gobierno checoslovaco en las reuniones de Cierna Tisu y Bratislava para que cesara en su proyecto político. El gobierno de Dubcek renovó su afirmación de fidelidad a Moscú y su adhesión al COMECON pero rechazó firmemente las demandas soviéticas que requerían el fin del proceso liberalizador. La desconfianza de la URSS requería una intervención ejemplar, en este caso, para con sus semejantes camaradas.
La reacción soviética no se hizo esperar y la noche del 20 de agosto, alrededor de 300.000 soldados del pacto de Varsovia entraban en la capital y se hacían con las poblaciones circundantes, sin encontrar más resistencia que el desconcierto y el reproche en los rostros de sus “camaradas”. En los días consecutivos el número de soldados prácticamente se triplicó, llegando a contabilizarse entre las armas de guerra hasta 750 tanques y 100 aviones de combate. La URSS seguía siendo una potencia militar de primer orden, capaz de maniobrar con rapidez y eficiencia allá donde era necesario garantizar su hegemonía. Con respecto a las cifras de víctimas, no podemos esclarecer una cantidad exacta puesto que siguen siendo objeto de debate aún hoy en día. No obstante, se estima algo más de un centenar de víctimas mortales (108) y más de 500 heridos. Brezhnev justificó la operación alegando su deber de “salvar las conquistas del socialismo”, enunciando la consigna que marcaría el nacimiento de la “soberanía limitada” que sería la base de la política de Moscú en las repúblicas de la Europa del Este.
Truncadas las aspiraciones de soberanía nacional y autodeterminación en esas vías para un socialismo propio, las antorchas por la libertad de Jan Palach y otros como él se oscurecieron con la pólvora soviética. Sepultada la “revolución humana”, solidaria y democrática. Se impone triunfante el hierático y gélido socialismo real pero ¿por cuánto tiempo?
Las porras policiales y las orugas de acero soviético combatieron únicamente los síntomas externos de una pulsión ideológica fuertemente enquistada en sociedades hastiadas del eterno invierno de la Guerra Fría. Pudieron cortar las flores, detener puntualmente el crecimiento de los árboles. Pero el carácter cíclico e imparable del tiempo siempre arroparía la llegada de la estación de las ideas: la Primavera.
Marina Rodríguez Gómez
¿Quieres saber más?
ALDANA S., (2008), “Los 68: París-Praga-México de Carlos Fuentes”, Sociológica, nº 68, p.229-235.
FUENTES C., (2005), Los 68: París-Praga- México, México, ed. Debate.
MAMMARELLA G., (1996), Historia de Europa Contemporánea desde 1945 hasta hoy, ed. Ariel. Cap. XIV, “1968, El año de las revoluciones fallidas” pp.259- 277.
MARTÓS CONTRERAS E., (2009), “La Primavera de Praga en el diario comunista Berliner Zeitung” Universidad de Almería. HAOL, (Revista de Historia Actual On Line). pp. 151-161.
PALA G., NENCONI T., (2008), El inicio del fin del mito soviético. Los comunistas occidentales ante la primavera de Praga, ed. El viejo Topo.
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