“El buen
ciudadano es aquel que no puede tolerar en su patria un poder que pretende
hacerse superior a las leyes”. Si no dijéramos que esta frase es de Cicerón, y
que la pronunció haciendo referencia a su defensa a ultranza de la República
senatorial romana en sus últimos años, podría ser confundida perfectamente con
cualquiera de los lemas que, en pro de la “regeneración democrática”, son
lanzados hoy en día por los incontables partidos que, viejos y nuevos, se
encuentran en este momento, mayo de 2015, enfrascados en una de las campañas
electorales más interesantes de la historia reciente de España.
Hoy
viajaremos a la Antigua Roma para acercarnos a la política en una época
anterior al Imperio, y observaremos como se vivía la política por parte de la
población civil. Intentaremos comprobar que, a pesar de los siglos, no hemos
cambiado tanto.
Pero
antes, un poco de contexto. Para un romano, pocas cosas había más importantes
que la costumbre. La romana es una comunidad muy apegada a las reglas
tradicionales de la misma, las cuales se fundamentaban en los valores más
arcaicos de esta civilización. Se va a tratar, por lo tanto, de un
sistema muy conservador, donde a pesar de todo, va a ser el linaje y el nivel económico
lo que determine la importancia del ciudadano en la sociedad y en la política.
En origen,
era el respeto a esas normas del pasado las que hacían al romano un ciudadano
de pleno derecho, y mantenerlas se equiparaba con la integridad moral. El
orgullo de pertenecer a Roma va más allá, por lo tanto, de lo que hoy
entenderíamos como nacionalismo (un concepto que, por otra parte, nace como tal
en el s.XIX).
De forma
resumida, diremos que la tradición es la base sobre la que se fundamentaron los
modos de vida de Roma, y por supuesto, condicionaron absolutamente la creación
y desarrollo de las normas escritas.
¿Cómo
entendía un político de la época la vida pública? Estamos en un sistema
personalista, donde no hay partidos, sino candidatos que se presentan por sí
mismos. Importa quienes son, y, sobre todo, como los ven los demás. Es por esta
razón que para el ciudadano romano, la vida pública y privada acaben en cierto
modo conjugando y convirtiéndose en lo mismo. Por otro lado, los valores de los
que debe hacer gala el ciudadano de prestigio incluían aspectos que ahora no
son tan apreciados. Así, aunque ahora se
aprecien estos como aspectos diferenciados, para la aristocracia romana, el
mérito militar y el mantenimiento de la religiosidad eran también una parte
importante de la política.
Esquema simplificado del "Cursus honorum" romano |
Acceder a
los cargos públicos era consecuencia de la progresión en lo que se conocía como cursus honorum, donde se iban alcanzando
las magistraturas republicanas de menor a mayor rango, siendo el cargo de “cónsul”
el más prestigioso y de mayor poder en la República.
Tenemos
casos, como el de Cicerón, donde el cursus
honorum fue seguido
estrictamente, y otros, como el de Cayo Mario, en el que se rompió la tradición
al tratarse de un homo novus,
un no miembro de la aristocracia tradicional, que accedió hasta en siete
ocasiones al consulado.
Para los
políticos romanos, se hacía de enorme importancia el arte de la oratoria. Tener
una buena calidad a la hora de expresarse y hablar en público resultada una
habilidad muy valorada y deseada por quiénes querían hacer política. Y es que
quién aspira a ser un líder de masas tiene que tener claro que en sus palabras
debe defender opiniones que otros entiendan y compartan tras escucharlas.
Además,
para el político romano, un aspecto fundamental residía en la competición. Los
romanos consideraban que el éxito dependía en gran medida en estar por encima
de los demás, ya fuera en consideración social, en riqueza, o, por supuesto, en
prestigio de su linaje. Un romano tenía la responsabilidad moral de superar a
sus predecesores, sobre todo si estos habían sido individuos de buena posición
y preponderancia social.
El
político romano, por lo tanto, necesitaba para triunfar talento, dinero, y,
sobre todo, buenos contactos. Al final, se creaba un grupo social de individuos
similares, asociados por el interés y la clase, que terminaban siendo los
únicos candidatos viables a ocupar las diferentes magistraturas, y que además,
se apoyaban y protegían entre sí. ¿No os suena de algo?
A este respecto
aparecen dos elementos simples pero que pueden ilustrarnos bien dos formas de
ganar preponderancia social en Roma, formas que pueden derivar perfectamente en
un beneficio político: el clientelismo y el evergetismo.
El
clientelismo es la práctica por la cual se prestan favores a cambio de que, en
algún momento, el beneficiario de estos devuelva el mismo a través de una
concesión pública, de apoyo de algún tipo, o, en definitiva, de un trato de
favor por encima de otros. Esa relación hace que se creen estrechos vínculos de
colaboración entre individuos, patronos y clientes, que buscan al final un
beneficio personal evidente.
Por otro
lado, el evergetismo era una práctica llevada a cabo por ciudadanos con buena
capacidad económica, en la que dedicaban parte de su riqueza a realizar obras
beneficiosas, en teoría desinteresadas, para con la comunidad. Con estas
acciones, el donante puede considerarse a sí mismo alguien respetado y
prestigioso, un individuo que gana honor entre los miembros de su comunidad y
que, además, demuestra su fortuna. Muchos de los llamados “evergetas” eran, al
mismo tiempo, gobernantes de las ciudades en las que realizaban sus acciones.
Así, hemos
intentado dibujar muy resumidamente el retrato del político romano de época
republicana, pero, ahora bien, ¿Cómo se vivían unas elecciones municipales
en el mundo romanizado?
El
electorado estaba compuesto por todo ciudadano libre varón inscrito en el
censo, sin embargo, el derecho a ser elegido, como se ha podido intuir por lo
dicho anteriormente, estaba reservado únicamente a los miembros de la élite.
Los únicos que podían portar la “toga candida” que identificaba a los
candidatos eran aquellos que demostraban sus ilustres orígenes familiares, que
tenían una gran popularidad y que disponían de un alto nivel de renta
para pagar los gastos de la magistratura.
Sí, en la
Antigua Roma, quién ocupaba un cargo era quién se hacía cargo de los gastos
generados por él mismo, al considerarse este un honor. Pero cuidado, no
pensemos automáticamente en un generalizado sentido de amor al servicio
público. Como hemos podido ver en referencia al clientelismo, ejercer un cargo
público podía ser el mejor lugar desde el que enriquecerse, gracias a la
posición y los contactos conseguidos.
Tras
presentarse las candidaturas ante el magistrado de más alto nivel, se hacía
pública la lista de candidatos en los lugares más relevantes de la ciudad. Es
importante, aunque puede sobreentenderse, que en Roma no existían partidos
políticos como tales, y que, ante todo, se elegía a la persona física, y no a
unas siglas o un grupo determinado, como se ha dicho anteriormente.
A este
respecto, no podemos hablar de la existencia de ideología en la política
romana. Como ya se ha dicho, los candidatos se presentaban a título personal, y
por tanto, se limitaban a recalcar su propia valía y la de sus ascendentes, por
medio de las habilidades orales que tuvieran y los apoyos que se hubieran
ganado por medio de relaciones particulares.
Ahora
bien, en Roma sí existen las divisiones en relación a la clase social, y
por tanto, estás se ven bien reflejadas en dos tipos de candidatos: los optimates y los populares, que si bien no
estaban asociados como tal, sí que estaban lo suficientemente definidos como
para poderse categorizar al político como perteneciente a uno u otro grupo
dependiendo de sus posturas en relación al sistema de clases.
Los
mítines que conocemos no podían realizarse por parte de los candidatos, siendo
esto un privilegio de los magistrados en activo. El foro es el lugar donde se
podrá pedir de forma directa el voto al ciudadano. Sin embargo, si tenemos una
similitud con la actualidad, y es que el candidato solía presentarse con un
grupo de incondicionales que no paraban de aclamarlo. La estrategia actual de
presentar a individuos de diferentes edades y clases sociales para dar
heterogeneidad a los partidarios no es nueva, y ya se contemplaba en la vida
política de las ciudades romanas.
Pero
además de la oratoria y la petición directa, ¿Había algún tipo de propaganda
electoral? La respuesta es que sí. A día de hoy vemos carteles en cada
pared y farola, mientras que en aquella época lo que se estilaba era la pintada
y el grafito. Estas pintadas
iban desde alabar la honorabilidad del candidato hasta desprestigiar
directamente al contrario, llegando al insulto personal, a él o a su familia.
Fotograma de la serie "Roma" donde se representa el Senado |
Dejamos
para otro momento el hablar de cómo se realizaban unos comicios como tal, y
esperemos haber conseguido transmitir en esta entrada la visión que desde Roma
se transmite de la política y del político. Cómo hemos podido ver, la manera de
entender estos aspectos en el mundo romano resulta ser sustancialmente
diferente a la de nuestro presente, y sin embargo, no deja de ser
extremadamente familiar.
Existe una
amplísima producción biblográfica que trata el tema de la política y la
sociedad romana desde múltiples enfoques, y ya que en “Conecta con la Historia”
apenas tenemos espacio para empezar a introducir el apasionante mundo del
pasado, ¿Por qué no acudir a la opinión de los expertos? Desde aquí os animamos
a que os acerquéis a los libros de historia más que a los políticos que creen
protagonizarla.
Antonio Sánchez, estudiante de Historia (Universidad de Murcia)
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