jueves, 12 de noviembre de 2015


La masa es siempre intelectualmente inferior al hombre aislado. Pero, desde el punto de vista de los sentimientos y de los actos que los sentimientos provocan, puede, según las circunstancias, ser mejor o peor. Todo depende del modo en que sea sugestionada.
Gustave Le Bon

Tal y como sugiere el título, trataremos de divisar a la humanidad como aquella criatura de multitudes que es. Esclarecemos los casos más extremos y curiosos de susceptibilidad a una multitud acontecidos durante el siglo XX a través de la perspectiva de la psicología de masas.

Cada uno de nosotros, como individuos, nos sentimos irrefutablemente ligados a varios conjuntos de personas con las que, interactuemos o no, compartimos uno o varios rasgos comunes que organizan y dan orden a la sociedad y al día a día. El abanico de conglomerados a los que pertenecemos, va desde la familia con la que compartimos genética y apellidos, hasta la identificación nacional con cada uno de los habitantes del país en el que hemos nacido, solo hay que echar un vistazo a nuestro DNI. Nos sintamos más o menos correspondidos a una entidad, inevitablemente estamos atados a ellas y nuestra libertad particular en muchas ocasiones se encuentra cohibida. Queramos o no, somos presos de pequeñas y grandes masas a la vez.

Pero no son este tipo de colectividades triviales a las que pretendo llegar, al menos por hoy, ya que procuro centrar la atención en aquellas peculiares corporaciones de carácter extremo, aquellas que absorben la individualidad total de la gente que las conforma, aquellas que esclavizan mentalmente a una sociedad por medio de una colosal y contundente figura guía.

Antes de nada, dentro del marco de la influencia social, debemos tener en cuenta unas breves nociones sobre los factores clave que rigen su funcionamiento: la obediencia y la conformidad.

La conformidad alude a la alteración del pensamiento o comportamiento de un individuo en función a la condición grupal, mientras que la obediencia apunta a una presión por parte de una única figura de autoridad con capacidad de someter hacia una colectividad sus intenciones, a diferencia de la conformidad, puesto que la pretensión del grupo no consiste en ejercer una influencia de sumisión al individuo corporativo del mismo. Por último, y al respecto de estos dos agentes; los sujetos que se dejan llevar por la conformidad, gozan de un juicio similar al de la fuente de influencia (líder), mientras que por el contrario, los individuos que optan por obedecer a una figura de autoridad, suelen tener un tipo de raciocinio disconforme a esta.

Resulta fascinante de qué manera la susceptibilidad de un elevado número de individuos hacia una atracción de carácter carismático puede conducir a un horror desatado por la notable hegemonía de las pasiones sobre la razón. Tal y como expuso Lindholm (1990), las pasiones se consideran impulsos internos brumosos, más sentidos que conocidos, que impulsan a hombres y mujeres a actuar, a menudo contra su buen juicio.
Irrumpiendo ya en materia práctica, tres son los casos en los que puntualizaré: el nazismo, La Familia de Charles Manson, y El Templo del Pueblo de Jim Jones.

LA ALEMANIA NAZI

El III Reich es a día de hoy y será siempre recordado como unos de los peores episodios de la historia de la humanidad. Antisemitismo, campos de concentración, barbaries, represión, miedo… Son algunos de los términos asociados a aquellos años de régimen dictatorial. Desde una perspectiva psicosocial, cabe destacar que un factor de relevancia a la hora de intentar entender el horror nazi, es el contexto, por lo cual, debemos entender el comportamiento humano desde el concepto de la propia persona y las circunstancias que la rodean. En este caso, la situación socio-política de Alemania tras la Primera Guerra Mundial y su correspondiente Tratado de Versalles, resultó de lo más desfavorecedora. El sentimiento de pertenencia a la nación se encontraba por los suelos. Así que, podríamos estimar que la maquinaria para desarrollar el régimen fue sobre todo estratégica y sistemática, sin embargo a la hora de contextualizar, apreciamos que se trató de un golpe más bien oportunista.

Los conceptos conformidad y obediencia, mencionados anteriormente, son plasmados en su más alta expresión a través de este ejemplo, pues fueron las variables clave que Adolf Hitler pretendió controlar a través de unas tácticas de persuasión que él mismo se dedicó a estudiar para una mayor eficacia de su llegada al poder por vías legales.

Él mismo era consciente de que la psicología de masas se regía por las leyes mecanicistas de “estímulo-respuesta”, es decir; a mayor fuerza, aislamiento, repetición, focalización y concentración de un mismo estímulo, más efectivo, automático y rápido sería el compromiso convertido en respuesta. Era conocedor de cómo debía de manifestar su carácter de cara a aquel público de masas adormecidas y deseosas de ser despertadas por un líder entusiasta que magnificará sus deseos más profundos. Resulta curioso conocer las precauciones que empleaba el canciller para disolver al individuo y reducirlo a la condición del grupo, algunas de ellas:

  • Todos sus sermones tenían lugar caída la noche.

  • Previamente al discurso, ponía en marcha una maquinaria escenográfica de luces e imágenes cuidada al detalle para un mayor impacto visual.

  • Concentraba al público en establecimientos pequeños con el propósito de que la gente se encontrara aglutinada y así crear una sensación de mayor excitación y densidad.

  • Un tercio del público debía estar compuesto estrictamente por miembros del partido con tal de contagiar emocionalmente a los demás asistentes.

  • Comenzaba sus mítines denunciando la pésima situación del país para despertar en el “rebaño” un sentimiento de rabia, ardor y comprensión.

  • Mezclaba distintas clases (campesinos, obreros, intelectuales…) con el fin de alcanzar el típico carácter masivo, con el cual era más fácil el ejercicio manipulativo.

Sin apenas ser conscientes de ello, Alemania se reconfiguró en una total pantomima de marionetas dirigidas por una histriónica figura central, su führer.  

Existen otros representativos y famosos casos de influencia de masas, tales como La Familia de Charles Manson, o El Templo del Pueblo de Jim Jones. Puede que, si no son conocedores de los mismos, le suenen, uno por el asesinato de la esposa de Roman Polanski, Sharon Tate, otro por la manipulación que llevó al suicidio masivo de 912 personas.

Pero de estos casos hablaremos en la segunda parte de esta entrada.

Hasta entonces.
¿Quieres saber más?

-Lindholm, C. (1990). Análisis del fenómeno carismático y su relación con la conducta humana y los cambios sociales. Barcelona: Gedisa.
-Moscovici, S. (1985).  Psicología social, I. Influencia y cambio de actitudes, individuos y grupos. Barcelona: Ediciones Paidós.

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