Probablemente si nos dispusieramos a hablar sobre Psicología, más de uno echaría en mano del famoso Psicoanálisis, así como del nombre de quien lo acunó. Sí, hablamos de Sigmund Freud.
Pero en resumidas cuentas, ¿qué “bárbaras” ideas divulgó Freud y por qué causaron tanto impacto en el mundo de la Historia de la Psicología?
Con la intención de asomarnos ligeramente a este mundo, explicaré sus extrañas suposiciones, así como el contexto histórico en el que se desarrollaron.
Sigismund Schlomo Freud, nace un 6 de mayo de 1856 en Príbor (República Checa). Hay que resaltar el hecho de que; tras la Revolución Industrial acontecida en Europa, el mundo científico gozaba de esplendor. Para situarnos un poco, a finales de este Siglo XIX, Felix Hoffman incorporó en nuestras vidas la aspirina, John Pemberton la Coca-Cola, y a nivel más trascendental; no hay que dejar de lado la famosa Teoría de la Evolución de las Especies de Charles Darwin. De esta manera podríamos decir que la teoría del Psicoanálisis de Freud nació en un muy buen ambiente de genios científicos e investigadores que consiguieron darle un enorme empujón al avance de la vida.
Todos estos datos históricos son necesarios para saber encuadrar al autor, pero volviendo a lo que realmente importa… ¿qué dice Freud?
Bien, para él la función esencial del psicoanálisis es encontrar una relación de causa entre lo manifiesto y lo latente. Es decir; su intención es intentar dar explicación a nuestras conductas regidas por nuestros anhelos, a partir de ideas de inconscientes, las cuales atribuye a términos sexuales.
Hasta 1920 aproximadamente, Freud distingue tres estructuras básicas que según él conforman cada una de nuestras personalidades: el Ello (inconsciente), el Yo (preconsciente) y el Superyó (consciente).
- El Ello: para el Ello es indiferente el hecho de que pueda estar o no permitido nuestro objetivo. Representa todas nuestras pulsiones e instintos biológicos, nuestros deseos y anhelos de conseguir el placer inmediato. El Ello se relaciona directamente con nuestro inconsciente, o más bien con ese endemoniado personaje que se arrima a tu hombro izquierdo para susurrarte al oído que hagas lo que mejor te venga en gana. Desgraciadamente y en contraposición, se encuentra el inoportuno espíritu celestial (Superyó) y en medio; tú mismo (Yo) asumiendo la toma de decisión.
- El Yo: en resumidas cuentas, el Yo hace el papel de balanza, pues sopesa el anárquico impulso del Ello (deseos) y el maldito Superyó (normas). De esta manera, el Yo es el filtro controlador de qué hacemos o no, frena las exigencias del Ello de acuerdo a las posibilidades regidas por la realidad de las normas o principios del deber.
- El Superyó: esta instancia psíquica definida por Freud es la que todos y cada uno de nosotros podemos odiar, y con razón. Es la que frena nuestras ambiciones, o sea, “la mala de la película”. Representa el “Vaya, mañana tengo un examen y no lo llevo muy bien, no debería dormir la siesta”. A propósito de lo que cada uno decida hacer con su Yo, tengamos claro que quien incumpla lo que la norma (obligación de estudiar) dicte, recibirá su respectivo castigo moral de culpabilidad. De todas maneras, el Superyó no solo es aquel maldito angelito que se posa sobre tu hombro derecho imponiéndote una serie innumerable de “no, no y no”, pues también sabe aprobar y decir que sí, de este modo sabremos lo genial y bondadosos que somos.
De este amasijo de conflictos nace el desarrollo de la función psico-sexual que tan popular hizo a Freud.
La sexualidad normalmente queda reservada exclusivamente para adultos con el fin satisfacer sus pulsiones. Actualmente se sabe gracias a las aportaciones de Freud que; esta creencia no es del todo verdadera. Por muy escandaloso que pueda resultar, la sexualidad comienza a manifestarse de una forma u otra a partir de nuestro nacimiento. Para explicar esto, a finales del siglo XIX principios del XX, Freud divide el desarrollo del ser humano en función al ámbito sexual en cinco etapas, cada una diferenciada de las demás por la zona erógena que produce ese placer sexual que según él todos buscamos desde que somos concebidos.
Sin más preámbulos, estas etapas de desarrollo psicosexual son:
- Etapa oral: se da desde el nacimiento hasta el año de edad del bebé, el cual busca la satisfacción a través de su boca. Esta suposición nos puede hacer pensar entonces que; el niño no solo busca el alimento necesario para vivir, sino que para más inri; ¡resulta que indaga sus capacidades orales con fin de complacer sus primeros instintos sexuales!
- Etapa anal: se desarrolla desde el primer año de edad hasta el tercero, y le debe su nombre al hecho de que en este caso, el regocijo con fin sexual, por muy desagradable o llamativo que nos pueda resultar, se busca en la defecación. Sí, sí, en defecar, pues según Freud todos y cada uno de nosotros hemos sentido placer de carácter sexual haciendo nuestras necesidades de evacuación, y no solo haciéndolo sino que también reteniéndolo cual campeones, era todo un logro no “hacernos caca en los pantalones”. Pero la cuestión de esta etapa no solo se queda aquí, resulta que el objeto de excreción, Freud lo comparaba con un “objeto amoroso”, el cual nos hacía sufrir tortura por la necesidad de control. ¿Verdad que siempre es agradable aprender algo sobre nuestras deposiciones?
- Etapa fálica: poco a poco los intervalos de tiempo de las etapas se van dilatando y duran más tiempo. Esta etapa dura desde los 3 a los 5 o 6 años del niño y es donde puede llegar a desarrollarse el famoso complejo de Electra o el complejo de Edipo, pues la atención se centra ya en los genitales. El niño o la niña cae en la cuenta de qué órgano sexual tiene. Grosso modo el complejo de Electra desarrollado por Sigmund Freud, se basa en una “envidia de pene”, y en la visión del padre como un “objeto sexual”, esto desemboca a establecer cierta rivalidad con la madre, puesto que la niña siente envidia hacia ella por establecer relaciones cariñosas con su padre. En contraposición se encuentra el complejo de Edipo, el cual viene a ser lo mismo que el de Electra, solo que en este caso la atracción sexual es hacia la madre por parte del niño, tal y como cuenta el mito griego de Edipo Rey, quien mata a su padre para casarse con su madre. Ambos complejos le deben su nombre a la Antigua Grecia Clásica, en concreto a Sófocles; autor de las obras Electra y Edipo.
- Etapa de latencia: este período se da a partir del fin de la etapa fálica con 6 años más o menos hasta los 12 aproximadamente. Como consecuencia de la represión de los deseos incestuosos y los sentimientos de culpa vivenciados durante el proceso edípico, se entra en esta fase de inacción de la sexualidad hasta que los cambios psico-fisiológicos de la pubertad reactiven de nuevo la pulsión sexual con la próxima etapa, la genital.
- Etapa genital: abre su paso a partir de la pubertad con el despertar sexual tras la larga etapa de latencia. Es en esta etapa donde se desarrolla la verdadera sexualidad, donde experimentamos cambios psicológicos y físicos. Comenzamos a buscar el intercambio sexual genital a través del erotismo y además puede aparecer un rechazo hacia las figuras paternas, la búsqueda de vocación o pertenencia a un grupo, así como la búsqueda de nuestra propia orientación sexual. Es decir, podríamos concluir que el inicio de esta etapa es comúnmente conocida como “la edad del pavo”, o la edad de “lo odio todo”. Por suerte esta tontuna se acaba (para algunos más que para otros), eso sí; el deseo sexual continúa…
Antes de finalizar con esta entrada, me veo en la obligación de al menos mencionar a la personalidad de Woody Allen, puesto que él mismo se ha dedicado a recalcar en sus obras, ya hayan sido teatrales o cinematográficas, el papel del psicoanalista. No hay más que ver alguna de sus películas para escuchar en boca de uno de los actores que las protagonizan: “Mi psicoanalista dice…”.
Aquí adjunto un enlace perteneciente al inicio de la película Annie Hall, de Woody Allen, el cual personalmente me hizo bastante gracia, sobre todo desde el minuto 3:32 hasta el 4:00, en el cual bromea con el período de latencia que supuestamente todo ser humano ha de superar.
Y hasta aquí todo lo que pretendía aclarar sobre este curioso arqueólogo de la mente de ideas perturbadas.
Ya pueden mirar a sus primos, sobrinos, hijos o hermanos pequeños de manera diferente, pues aunque no queramos reconocerlo, sí amigos, según el susodicho autor; están en constante búsqueda de objeto sexual sin ni siquiera saberlo, y… usted también.
Escrito por Patricia Rodríguez Sánchez
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